La primera vez que vi a Jack lo recuerdo como la parte elegante del Thrash Metal de la Bahia de San Francisco. Recuerdo que acababa de salir de una lesión de tobillo. Apoyado en un bastón de la época dorada de Louisiana, como salido de una película ambientada en el Misisipí de la época del western, donde se fundían pistoleros y elegantes jugadores de casinos flotantes.
No fue hasta unos años después donde coincidimos de nuevo, esta vez para hacerle una entrevista junto a su banda EXODUS hablando de todo un movimiento que cambió la historia del rock allá por principios de los 80’s. Llegó duchado, aun con el pelo mojado, con ese aire de cowboy destemplado y ajeno a los tiempos que corren. Con sus botas NEW ROCK, su pantalón ajustado y su camiseta negra eterna.
Una pared blanca ennegrecida, una cierta fachada de actitud malvada, unas gafas de espejo y muchas risas con su español Sioux y mi Inglés Tarzánico. No llegaría a 20 minutos de fotos, de intercambios de opiniones por señas, de demostrarnos que solo con una mirada, con un gesto es posible una comunicación profesional.
Pasaron los dias, y aquello empezó a tener algo más que una relación momentánea de fotógrafo/músico y se convirtió en una amistad que perdura gracias a las redes sociales, los smartphones y los mails y cuyas fotos acabaron siendo la imagen de los pósters de sus clínics en el “MI COLLEGE OF CONTEMPORANY MUSIC” de California.