La única vez que había visto a Joe Bonamassa había sido de pequeño por eso de ser un precoz guitarrista y ya consagrado cuando se colaba algún articulo suyo en alguna revista de metal que caía en mis manos.
La cita era en Valencia, en una sala vacía, donde únicamente había un par de técnicos montando amplificadores en un escenario casi desnudo y un tipo delgado que toqueteaba las guitarras Gibson que suponía de Joe. Esperaba un músico con excesivo sobrepeso, rayando la obesidad pero después de las presentaciones oí eso de donde hacemos las fotos y me di cuenta de que estaba frente al mismísimo Bonamassa.
Ni telones, ni focos, ni nada. Tan solo intenté capturar la intimidad de un músico que ama las guitarras como a su propia vida, que no necesita de técnicos para mimar sus instrumentos de trabajo y que le basta y le sobra para mantener, malcriar y relacionarse en silencio con sus adoradas Les Paul. Dicho y hecho allí estaba plantado en el hábitat donde más cómodo se encuentra y orgulloso de su transformación física. 5 minutos, no hacía falta más para plasmar que Joe vive y respira para quienes le permiten expresar lo que piensa su alma de músico: sus guitarras.
Un cordial “muchas gracias” y era todo lo que había que hacer. Recoger la cámara y salir de aquella desangelada sala hasta la hora del concierto. “EY VINCENT” no hay manera de que un anglosajón se coma la N y añada la E. ¿Donde puedo tomar algo?. No sé por qué, ni como, acabé con Joe en el bar de la esquina. Ese bar Valenciano, donde las colillas en aquella época estaban en el suelo, contra el alvero de la barra del bar. Donde la Tv tiene el programa de cotilleo de turno y en medio de la pared tienes el escudo del equipo de futbol de tu ciudad. Las 5 de la tarde es buena hora para estar a solas tomando una cerveza con un bluesman star y ver como se pide una cocacola y un vaso de vino mientras mira con asombro que es eso con cáscara que hay en un plato en medio de la mesa.
Hablar de sus orígenes, saber que siempre vivió entre guitarras por culpa de la profesión de su padre (comercial de guitarras) no es algo que te sorprenda sabiendo a quien tienes delante, pero ver que su manera de entender tomar algo en un bar, es tomar un sorbo de coca-cola y acto seguido tomar un sorbo de vino para mezclarlos antes de tragarlos. “Joe, una cosa, eso que haces es extraño, aquí a eso le llamamos Kalimotxo y es muy popular en los conciertos pero lo mezclamos en un vaso antes de beberlo”. La verdad es que el bueno de Joe alucinó con que existiera una bebida así, porque dijo que no sabía por qué le gustaba el sabor de las dos bebidas mezcladas pero que alucinaba que existiera una bebida propia de la mezcla de las dos. “Vincent, ¿y esto que es? ¿esto se come? ¿para que han dejado estas cosas aquí?.
Ese día Joe aprendió que su bebida misteriosa existía en el mundo rockero español y que aquellas cosas que toqueteaba sin parar eran cacahuetes a los que se le quitan la cáscara y se come tal cual. “Vincent, creo que he de salir más a conocer las ciudades donde actuó porque llevo 30 minutos fuera de la sala y aún no he parado de aprender. Los únicos cacahuetes que he comido han sido procesados en un tarro de cristal y untados en una rebanada de pan”.